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El espíritu frente al poder
22/08/2012 | Oswaldo Payá Sardiñas


*Al cumplirse un mes del asesinato de Oswaldo Payá Sardiñas junto al joven Harold Cepero Escalante, el Directorio Democrático Cubano honra su memoria reeditando este artículo y reflexión del mismo sobre la fe católica en Cuba, fuente de su inspiración para luchar por la libertad.

El primero de enero de 1959 yo solo tenía 6 años. En la mañana sentí ciertos comentarios entre vecinos y pregunté a mi madre “¿qué ocurre?” Ella me contestó: “se acabó la guerra”, y entonces yo pregunté de nuevo “¿quién ganó?”, y me contestó: “Fidel”.

Era la primera vez que escuchaba ese nombre, tampoco había oído nunca la palabra “Batista” ni había visto sus fotos, ni en mi casa ni en la calle, ni tampoco en la Iglesia ni en la escuela, aunque estos dos últimos para mi eran lo mismo, pues estudiaba enn los Hermanos Maristas. Poco tiempo después vi que en la escuela recogieron dinero entre los estudiantes para comprar un tractor que donaron a la Reforma Agraria.

Algunos rebeldes- todavía con barba y uniforme- fueron a la escuela, y recuerdo un ambiente amistoso entre ellos y los hermanos Maristas. Ciertamente muchos cristianos apoyaban la Revolución y hasta la Iglesia misma, que en su tiempo había protegido a tantos revolucionarios y no había sido cómplice del régimen anterior, tuvo una actitud positiva ante la revolución triunfante como la mayoría del pueblo, un pueblo que si bien no tenía una gran práctica católica en comparación con los demás países de Latinoamérica, sí era un pueblo de memoria Cristiana, con valores y cultura Cristianos. Poco a poco mi familia compuesta por padre, madre y 6 hermanos, comenzamos a sentir cierta agresividad por parte de aquellos que en el barrio ya ostentaban algún poder gracias a la Revolución.

No estábamos ligados al antiguo régimen politico, ni mis padres habían actuado contra la Revolución. Algo sí estaba claro: nosotros éramos católicos, y los después 7 hermanos salíamos todos los domingos temprano a misa, en la parroquia del Cerro, después que cerraron todas las escuelas religiosas. Yo no lo sabía, pero ya éramos considerados como enemigos, y jamás nos perdonarían si no renegábamos de nuestra fe, algo que para nosotros era totalmente impensable y que gracias a Dios nunca ocurrió, pero que empezaba a ocurrir en Cuba como una reacción en cadena.

El régimen dio el viraje al comunismo, y ahora, a la luz del tiempo, no creo que haya sido por razones ideológicas ni siquiera por ideales, sino porque los hombres del poder escogieron el sistema ideal para gobernar ellos solos, todo el tiempo y de forma absoluta. Después de todo ha resultado que lo único permanente en la llamada revolución ha sido el poder de esos hombres, y sus privilegios.

Es falso decir que el gobierno ha sido siempre anticlerical pues con la Iglesia, al menos en apariencia, han habido diversas etapas de relaciones. Lo que sí ha sido este régimen es visceral y sistemáticamente antirreligioso, desarrollando un proceso de descristianización mediante la mentira, la falsificación de la Historia, la educación atea y un atentado permanente contra la mayoría de los valores cristianos.

Ese es el daño más grave que se le haya hecho a la identidad de la nación cubana. Mis hermanos y yo pasamos la niñez y la juventud compartiendo la vida entre la Parroquia y la casa, asumiendo con alegría y hasta con cierto orgullo esa condición de ciudadanos de segundo orden a la que éramos postergados; limitados en nuestras posibilidades sociales, vigilados y fichados durante mucho tiempo como una rara minoría carente de derecho: los católicos confesos.

Recuerdo que en las etapas de las llamadas Escuela al Campo (tiempo de 45 días en que los estudiantes eran obligados a ir a campamentos agrícolas) llevábamos la eucaristía en pequeñas laticas y comulgábamos a escondidas, algo que me sirvió de entrenamiento para más tarde, en mayo de 1969, cuando bajo la ley del Servicio Militar se me envió por tres años a un campamento de trabajos forzados por el hecho de ser católico práctico. Pasé esos tres años divididos entre los cañaverales y las canteras de Isla de Pinos, donde nos encontramos un grupo de cristianos y vivimos una verdadera experiencia de espiritualidad, porque conocimos la crueldad del régimen pero a su vez también aprendimos a conocer en profundidad al ser humano.

Quizás fue ésta la experiencia que me marcó para optar desde mi fe por el compromiso con mi pueblo, con los pobres. Mientras tanto se desarrollaba en Cuba una cultura del miedo, el régimen se consolidaba y el mundo desahuciaba a nuestra Iglesia, unos por no considerarla a tono con la revolución con la que todos simpatizaban, y otros por no concederle muchas posibilidades de superviviencia. Pero la Iglesia no solo sobrevivió, sino que vivió, no por la astucia de la Ozpolitik, sino por la fidelidad y el testimonio de sus hijos y de sus mártires que también los tuvo.

En 1985, mientras preparábamos el Encuentro Nacional Eclesial Cubano, nos hicimos novios mi actual esposa, Ofelia Acevedo, y yo. Nos casamos en septiembre de 1986 y compartíamos una experiencia de fe muy semejante a la vivida en la sociedad cubana. Hemos tenido 3 hijos que ahora tienen 10, 9 y 6 años de edad. La teología de la liberación llegaba desde el Sur por voz de algunos visitantes y misioneros, pues a decir verdad el gobierno cubano sólo la mencionaba y jamás divulgó su contenido. Pero sinceramente, aunque reconozco muchos de sus valores, pronto descubrí que los pobres y marginados por un régimen comunista no estaban contemplados en esta “liberación” y para sus principales expositores, el ideal de la liberación social era nada menos que un régimen como el cubano que trataba de barrer con la fe del pueblo, apropiarse de la persona y dominar todas las dimensiones de la vida social y hasta personal de la población.

Para mí el Evangelio tiene un mensaje inconfundible: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Sabíamos que por ser hijos de Dios teníamos una dignidad que nadie podía quitarnos, y bajo un régimen en el que el poder de un hombre y un partido pretendían hacerse tan absolutos que reclamaban una verdadera idolatría, la única referencia que nos quedó, en medio de nuestro aislamiento fue, gracias a Dios, el propio Evangelio.

Mucho se puede decir y diremos de la vida de los cristianos en estos años, así como algunas experiencias de mi vida personal. Ahora me limito a algunas conclusiones. La primera es que la política antirreligiosa de este régimen era un paso estratégico en el camino de la dominación de la sociedad y la persona, por parte de un grupo que finalmente ha dividido al país en ricos y pobres al establecer un sistema de privilegios y posiciones económicas para una minoría, que condena a la mayoría a una vida de campamento bajo el lema de “Socialismo o Muerte”.

De aquí que los marxistas, o los que reconvirtieron la revolución cubana en marxista, ataquen a la religión, porque en realidad están muy lejos de creerse eso que proclaman de que “la religión es el opio de los pueblos”. Más bien le temen a la fuerza liberadora de la fe cristiana, que cuando es auténtica se convierte en una barrera insuperable para los que quieren someter el alma humana.

Tengo la esperanza, y por eso trabajo y lucho, de que en Cuba se producirá la reconciliación y los cambios pacíficos donde los cubanos podrán por sí mismos diseñar sus modelo de justicia social y progreso. Pero también creo que si por la descristianización se dominó y se desfiguró a nuestro pueblo, la restauración y la liberación de Cuba comienzan por el reencuentro de tantos y tantos cubanos con Dios.

 

 

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About the author


Oswaldo Payá Sardiñas Oswaldo Payá Sardiñas
Opositor cubano, fundador del Movimiento Cristiano Liberación, organización cívica y política de inspiración cristiana. Fue el promotor principal del Proyecto Varela, una iniciativa ciudadana para recuperar derechos conculcados. Recibió el Premio a la Libertad de Pensamiento "Andrei Sajarov" otorgado por el Parlamento Europeo, en diciembre 17 de 2002. Fue asesinado por la dictadura castrista junto a Harold Cepero Escalante el 22 de julio de 2012, en un supuesto accidente automovilístico en las cercanías de la ciudad de Bayamo.

 

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