Dice el Evangelio que no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos.

Por eso quiero hablar hoy sobre un amigo que tuvimos los cubanos, un amigo que nos quiso tanto, que dio su vida por nosotros.

Seguro que lo viste algún día: era de esos cubanos de mirada firme y piel bronceada, como la de Maceo, que cuando da su palabra lo da todo.

Su nombre era Miguel Valdés Tamayo, y una vez escribió: “Mi camino es recto, firme hasta lograr la libertad del pueblo cubano. ¡Vivan los derechos humanos!”

Miguel era mecánico y vecino de Párraga, vecindario humilde con mucha gente buena. Y con esa dignidad que da la humildad, Miguel un día se cansó de callar las vicisitudes de su pueblo y comenzó a luchar. Fundó junto con otros compañeros el Movimiento Hermanos Fraternales por la Dignidad.

Se dedicó a dejarle saber al mundo lo que pasaba en Cuba, a luchar por los derechos humanos, a organizar a su gente en Párraga para que el gobierno los respetara. Fue tal la fortaleza de sus convicciones que estuvo entre los 75 colosos que el tirano, atemorizado, honró con el encarcelamiento aquella primavera negra de marzo de 2003.

¿Qué te diré después?

Enfermo en la cárcel, no le dieron atención médica adecuada, su esposa amada, Bárbara, y él pasaron por un amargo vía crucis  de prisiones distantes y visitas frustradas, hasta que un día sus carceleros, sus cobardes carceleros, ante la presión internacional, decidieron mandarlo para la casa con una licencia extra penal. Al salir de la prisión dijo: “Esto no quita que yo siga luchando por Cuba, aunque  en cualquier momento me pueden devolver a la prisión”. No pudieron romper su espíritu, pero los comunistas le rompieron el corazón.

Miguel falleció el 11 de enero de este año con su dignidad invicta. El acoso oficial homicida que padeció es una mancha más sobre una bestial dictadura.

Nunca hablé con Miguel, nunca lo conocí. Estoy mirando su rostro, el amor de su mirada, la serenidad de sus facciones, sus dedos haciendo la señal honrosa de la victoria.

Me envuelve su cariño. Es el cariño de un pueblo humilde y digno que ha luchado por la libertad durante generaciones contra todos los imperios y todas las dictaduras, y que a pesar de todo sigue vivo en su anhelo de ser libre.

Diste tu vida por todos nosotros, Miguel, y yo me pregunto:

¿Qué encontraste en el color de nuestro cielo, en el andar y el ser de nuestra gente, en los minutos y minutos acumulados en la cotidianeidad de la vida en Cuba que te llevaron a querernos tanto, a querernos con tu lucha?

Si tú hermano o hermana tienes respuesta a esto, lucha también como Miguel, haz tuya  la tea incendiaria de su ejemplo.

No cooperes con la humillante tiranía que nos aplasta, levántate y anda. Ya va siendo hora.

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