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¿QUÉ NOS DIRÍA MARTÍ?
01/02/2012 | Néstor Carbonell Cortina


Fragmentos del discurso pronunciado por Néstor Carbonell Cortina en la Cena Martiana, celebrada por la Junta Patriótica Cubana en Miami, el 28 de enero del 2012

Cumplimos hoy un deber patriótico, no sólo honrando en su aniversario a la figura cumbre de nuestra historia, José Martí, sino extrayendo de su portentosa hazaña el ejemplo que nos estimule y las enseñanzas que nos guíen en esta fase decisiva de la lucha contra el régimen que subyuga a Cuba.

 

            Martí fue eximio orador, poeta, escritor, periodista, que mereció el encomio de las luminarias de las letras—desde Unamuno a Sarmiento, desde Rubén Darío a Gabriela Mistral. Pero Martí fue, sobre todo, patriota. Patriota que llevó grabada en su conciencia la palabra sacrificio. Patriota que proclamó como divisa la libertad sin ira, la justicia sin encono. Patriota que luchó, sufrió y murió en pos de la independencia, con Cuba en el corazón y la estrella solitaria en la frente.

 

            Martí se consagra como líder aglutinante y hombre de acción en los últimos cuatro años de su vida, tras renunciar a las representaciones consulares y otros cargos para dedicarse de lleno a la causa de la libertad de Cuba. Este capítulo estelar de su cruzada comienza en noviembre de 1891 con su primer viaje al sur de los Estados Unidos, a Tampa, invitado por el veterano de la guerra del 68,  Presidente del Club Ignacio Agramonte y patriarca de Ybor City, Néstor Leonelo Carbonell.  Fue allí, en Tampa,  que Martí pronunció sus dos discursos más elocuentes—Con Todos y Para el Bien de Todos,  y Los Pinos Nuevos. Fue en Tampa, y después en Cayo Hueso, que electrizó a los emigrados, selló la alianza clave entre los añosos robles del 68 y los pinos nuevos del 95, y recibió la aprobación de las bases y estatutos del Partido Revolucionario Cubano—eje central de la gesta emancipadora. Y todo esto lo logró “montado en un relámpago”, venciendo suspicacias, ataques y decepciones.

 

Su ruta crítica está cuajada de luminosas enseñanzas. Martí triunfa como estratega, conspirador y máximo propulsor del movimiento insurreccional, no sólo por lo que dice, sino por lo que hace. Las palabras no respaldadas por hechos, afirmaba él, no son más que “columnas de humo”. Logra alinear a los clubes patrióticos bajo la cúpula del Partido Revolucionario Cubano, porque respeta a sus dirigentes y no se empeña en suprimir o fusionar sus organizaciones. Capta la confianza de los emigrados y recaba los recursos necesarios para la guerra, porque actúa con absoluta honestidad y desinterés, sin más título que el de Delegado. Corona sus esfuerzos para lograr el alzamiento, porque subsana con alteza de miras las divergencias que lo habían distanciado de Máximo Gómez y Antonio Maceo, y obtiene el concurso vital de estos dos insignes patriotas—jefes supremos del ejército mambí.

 

            Nada ni nadie detiene a Martí en su misión libertadora—ni el ataque calumnioso de Enrique Collazo, instigado por Ramón Roa, que lo hiere pero no lo amilana; ni la incautación de las tres embarcaciones con pertrechos de guerra en Fernandina, que lo estremece pero no lo derrumba. Martí se sobrepone a esos infortunios; proclama desde Santo Domingo, en el Manifiesto de Montecristi, los fines de la guerra, libre de odios y venganzas; desembarca en Cuba con Máximo Gómez, y poco después muere en combate. Muere de cara al sol en su patria añorada, que para él no fue “nunca triunfo, sino agonía y deber”.

 

            Al evocar esta noche a Martí, me viene a la mente un soneto que lo retrata fielmente. Un soneto escrito por uno de mis mayores, poeta mambí, que tuvo la dicha de conocerlo.

 

Eran sus ojos negros, la frente amplia y serena,

blanca la tez, poblado el bigote zahareño,

            la apolínea cabeza de ademán principeño,

            y el cerebro una jaula de ruiseñores llena.

 

            Rostro, espejo de una placidez nazarena;

            pensando en Cuba opresa, fruncía adusto el ceño,

            y romper anunciaba en profético sueño

            los férreos eslabones de ominosa cadena.

 

            “Yo alzaré el mundo”, dijo—al fulminar el rayo

            que desplomó su vida en los campos de Mayo--,

            y como lluvia de oro hizo en la noche luz…

           

            Yo quiero que se sepa, clamó iluminativo,

            que por servir mi tierra únicamente vivo,

            y que por verla libre me clavaré en la cruz…”

 

            Hoy, enfrentados a un régimen que lleva más de medio siglo tiranizando a Cuba, ¿qué nos diría Martí? Pienso que, en primer término, nos aconsejaría ligar las fuerzas democráticas dispersas del exilio militante y de la oposición en Cuba para arreciar la lucha en los distintos frentes: resistencia, propaganda, cabildeo y recaudación de fondos. Ello requeriría coordinar los esfuerzos, evitar las rivalidades estériles y el protagonismo infecundo, y, sobre todo, aplazar las aspiraciones personales, porque, como decía Martí, “cuando la patria aspira, sólo es posible aspirar para ella”.

 

            Martí fue pragmático en el proselitismo y en las tácticas, pero inflexible en los principios y en las metas. Por eso rechazó firmemente todo lo que frustrase o demorase la plena independencia de Cuba, ya sea la anexión a los Estados Unidos o un acomodo con la España imperial a cambio de una autonomía tardía y muy limitada. Si viviese hoy, me parece que nos diría: no le den oxígeno a la tiranía moribunda con remesas excesivas del exilio, que ya sobrepasan mil millones de dólares, y con viajes a la isla en son de fiesta, que vienen a legitimar y sustentar la opresión.

 

Y pienso que también nos diría: respalden a los congresistas cubano-americanos, que tratan de impedir que Washington caiga en la trampa de financiar al régimen con turismo norteamericano, inversiones y créditos bancarios. Eso prolongaría la agonía del pueblo cubano y atentaría contra los intereses e ideales democráticos de este gran país.

 

Las reformas económicas iniciadas bajo presión por Raúl Castro, aunque insuficientes para resolver la grave crisis nacional, serían canceladas o detenidas si el régimen recibiese inyección financiera. Eso fue lo que ocurrió con la Nueva Política Económica de Lenin cuando Moscú obtuvo ayuda de Occidente. Y eso fue lo que aconteció también en Cuba con las reformas de los años 90, cuando Chávez comenzó a subsidiar el régimen. Tras el apoyo venezolano vino la retranca y aumentó la represión.

 

De cara a los que hoy abogan por la reconciliación y la paz, ¿cómo reaccionaría Martí?  Creo que nos diría: reconciliación con las víctimas SI,  pero no con los brutales e impenitentes victimarios. Para ellos, ni la impunidad ni la vendetta, sino lo que determine la justicia. Y en cuanto a la paz que proclaman clérigos y seglares, Martí preguntaría: ¿de qué paz están hablando?  ¿La paz de la sumisión, la cárcel o el cementerio? La única paz honorable y duradera es la que se asienta en la democracia y en “el respeto a la dignidad plena del hombre”.

           

Finalmente, Martí que tuvo que infundirle fe a los escépticos, que sólo veían la atmósfera y no el subsuelo, nos exhortaría a alentar y apoyar la resistencia en Cuba. Resistencia que hoy aflora a lo largo de la isla a pesar de las agresiones perpetradas por los sicarios del régimen.

Resistencia vivificada por el ejemplo de Zapata Tamayo, Laura Pollán, Wilman Villar y tantos otros héroes y mártires. Resistencia que sólo cesará cuando caiga el régimen totalitario y despunte en la patria de Martí el sol radiante de la libertad.

 

 

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